miércoles, 3 de mayo de 2006

Self-deprecating

Un chico más listo que yo (lo cual, de acuerdo, no es tan difícil) me dijo en una ocasión mientras me servía (yo mismo) una copa: “El alcohol hace muchas cosas... y ninguna buena”, a lo que yo (con mi habitual falta de ingenio y pensando: “¡Hola señor Telediario Segunda Edición! ¿Algo nuevo que no sepa?”1) contesté: “Y sin embargo sigo bebiendo ¿Por qué? No lo sé.”. Si nos ponemos en plan purista (que nos vamos a poner), el alcohol, el pobrecito, hacer, lo que se dice hacer, hace más bien poco; reposar apaciblemente en botellas. Otra cosa es que te lo bebas. Las cosas las hacemos los borrachos2.

En alguna ocasión me he preguntado (puede que incluso en el blog, mira que es poco y no soy capaz de acordarme de lo que escribo3) si estaría el bienestar reñido con la inteligencia. La reveladora conclusión a la que he llegado es que [las nubes abren un claro en el cielo por el que se filtra un haz de luz y, con un coro celestial de fondo, se escucha una voz profunda que dice...] depede4. Eduard Punset5 es muy amigo de recordar que cerebro tiene el que lo necesita (“… y si no ¿eh? fíjense si no en las plantas: las plantas han colonizado todo el planeta y, oye, ni rastro de cerebro…”). Bueno pues, en ocasiones, le saldría a uno más a cuenta para estar bien introducirse el cerebro por alguna cavidad remota. La imposible contorsión que esto supondría me permite regresar por el discurso hasta el alcohol.

Aunque pueda llegar a estarlo, uno no tiene por qué sentirse mal borracho. Cosas como marearse, tambalearse o marrar la pronunciación no son un problema en sí mismas sino para los demás6, que suelen preocupar menos cuando está uno borracho7. La mejor manera de evitar una droga es desconocerla (y me refiero a su existencia), a partir de aquí, las diferencias profundas entre salir de copas e ir a misa se esfuman. En el primer caso, aunque alguna hostia también te puedes llevar, se suele comulgar más bien con ruedas de molino remojadas, eso sí, en güisqui de consagrar ¿Y lo que está bien y lo que está mal? En ambos casos deja de importar para empezar a hacerlo el hábito. La mayoría de los católicos que van a misa, por mucho que se engañen, saben en el fondo lo hijos de puta que son. No soy mejor que ellos; ya casi no me acuerdo de por qué salgo (vale sí, claro que lo hago, ya sabéis: ¡¡Beber y follar, beber y follar, beber y follar!! Lo que no recuerdo es qué significaba aquello al principio)… No importa: raras veces se enamora uno de los polvos que echa, pero que pruebe a dejar de echarlos.

Hace menos tiempo del que pensáis descubrí que mi lucidez me hacía daño y que mi mirada se movía desde los culos y las tetas hacia los ojos con excitación creciente... Me voy al parque a correr.


1.- ¡Vaya! Aquello hubiera tenido cierta gracia.

2.- Y esto, más que un estado, es una actitud.

3.- ¿Y sabéis por qué no me acuerdo? Por el cabrón del alcohol. A vosotros el alcohol ¿cómo os cae? Os cae bien ¿eh? Porque con vosotros es de otra forma... con vosotros es de otra forma pero conmigo es un hijo de puta...

4.- Bueno ¿a quién cojones creíais que ibais a descubrir en estas páginas? ¿A Tomás de Aquino?... Aquí no (perdón por éste, que es de cárcel).

5.- Desconcertante que hayan pasado por alto en esta minibiografía su asombroso parecido con Art Garfunkel.

6.- Si, por ejemplo, se marea uno, se tumba (donde sea) y punto, otro tema es la penosa imagen que esté dando o el estómago, que ése si que…

7.- Detendré en este punto mi alegato en defensa del alcohol para no tener que cambiar el título por “Regocijándome en mi crápula”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy buena. No voy a entrar a comentar el fondo de la entrada, pero me he disfrutado leyéndola y eso es lo que cuenta.

Manda huevos que haya leído esto 2 años y medio después. Supongo que se agradece saber de vosotros desde la distancia, aunque sea a través del blog.