lunes, 24 de abril de 2006

Dime que recuerdas aún, no sé, mis ojos al mirarte, el sol de aquel domingo que paseábamos ya con hambre, que alejándote, espiaste un día ese gesto ausente que me queda desde que faltas, que sospechas que era más lo que sentía de lo que era capaz de decir, de escribir o de besar, que te gustaba, que, al menos tú, sabes que soy diferente, que me bastaba dejar el tiempo pasar a tu lado, porque lo estoy empezando a olvidar... que todos se equivocan, que me odiarías antes que olvidarme, que no voy a morir...

lunes, 17 de abril de 2006

Mis exámenes se acercan pero no llegan.

No sé cómo os parecerá de evidente pero, ...

... a mí, me costó asistencia psiquiátrica llegar a la conclusión (yo solo, por cierto) de que la felicidad cuesta trabajo.

Volviendo una vez más a emplear el recurso a la infancia diré que, siendo niño, la felicidad me venía de regalo ¿Exactamente qué precio está obligado un niño a pagar? En mi caso ir al colegio, poco más (única pequeña causa de infelicidad, precisamente). Desconcierta que el transcurso de tantos años apenas haya cambiado la percepción profunda de mi vida académica y desincentiva pensar que seguirá siendo la misma para mi vida profesional.

No son lo mismo ni tienen siquiera por qué parecerse pero albergo todavía (un poco más consciente) la esperanza de identificar obligación y necesidad.

Ahora mismo, escribo porque el cuerpo me lo pide (nadie más), lo que se supone (desde fuera) que debería estar haciendo (y sería una obligación) es estudiar. Conseguir que mi respuesta a la obligación de estudiar fuera ponerme a hacerlo, identificaría obligación (exógena) y necesidad (endógena) pero el hecho me produce cierto rechazo que expreso escribiendo (porque lo necesito) y que desconozco hasta qué punto es debido a una mayor exigencia intelectual de la actividad en sí misma o a la dificultad añadida de vencer una resistencia a realizarla que no experimento al escribir.

Tanto trabajo cuesta identificar necesidad y obligación que se suele asumir como una cuestión de suerte conseguirlo, una feliz coincidencia. No es casual que se califiquen como felices ciertas ideas.

¿Qué hace diferentes nuestras soluciones a la falta de univocidad de que he hablado?

lunes, 10 de abril de 2006

Mi madre habló conmigo desde que nací.

Yo no lo recuerdo, ella me lo contó un día. Que me entienda con ella mejor que con mi padre no me debería sorprender, llevamos cerca de veintiocho años hablando. Mi padre me leía libros antes de dormir. Nunca jugó conmigo al fútbol u otro deporte pero acostumbraba a llevar sus explicaciones aun más lejos de donde mis preguntas exigían. Seguramente no lo sepáis pero tardé mucho en andar y comencé a hablar demasiado pronto. No cuesta tanto entender qué se me da bien, qué no y por qué.

Otra cosa que hacía mucho de pequeño era ver la tele pero no sé muy bien a santo de qué venía esto.

Cuando escribo y cuando leo, como cuando veo películas, me fijo en cosas que suelen pasar por alto. A Uri le parecían largas mis entradas en el blog, escribí “La perversidad de los medios” y no se lo pareció pese a ser una de las más largas que he escrito, a Paco le costaba leerlas menos que mis mails. No todas están escritas de la misma manera. Unas son el final de un proceso, otras un proceso en sí mismas. Sospecho que las que encuentra Paco más fáciles de leer pertenecen al segundo grupo porque son más fluidas. Las primeras son densas, espesas, con grumos, como muchos de mis mails. Unas preguntan, otras pretenden responder ¿No es bastante evidente? como que cuando no apetece nada en concreto se perfecciona la forma. Es un cierto gusto por el lenguaje.

Cuando se escribe como cuando se lee, se sintoniza. La sintonía ha de ser en ocasiones muy fina. Cuando lee, toma uno conciencia de sus defectos al escribir, como la toma, hablando, de lo que significa ser uno mismo sin olvidar a los demás.

¿Cómo leéis vosotros? ¿Cómo podéis evitar escribir? ¿Cómo no lo necesitáis? ¿Cómo no lo echáis en falta? ¿Con qué lo suplís? ¿Qué os gusta hacer? ¿De qué manera disfrutáis haciendo lo que os gusta más que otro cualquiera, que yo mismo?

Inciso

¿Cómo una moral puede tener como personas ejemplares a aquellas que no sobreviven? ¿Se trata acaso de sufrir hasta la muerte? Desde luego si puedes con eso, puedes con todo porque ¿hay algo peor que te pueda pasar?

¿Por qué se suicida tan poca gente? Un estado de ánimo que predisponga al suicidio implica a la vez factores que lo previenen. La posibilidad del suicidio me llega con la sensación de impotencia, de que cualquier acto conveniente resultará fallido. Esto incluye el propio suicidio. Si creyera que puedo suicidarme con éxito ¿por qué no iba a poder conseguir también otros objetivos? Entonces mi situación no sería tan desesperante. Creo que está claro: si me creyera capaz de suicidarme, me creería también capaz de otras metas ¿por qué suicidarme entonces?

Fin del inciso

Escribir exige apenas estar vivo de la manera que suelo estarlo, algo con qué escribir y algo sobre lo que hacerlo... resulta tan fácil ¿De qué manera viviréis vosotros que os cuesta menos hacer otras cosas?

No basta con preguntarme qué hago yo cuando no escribo porque sé que, en mi caso, haga lo que haga, a no ser que se parezca mucho, lo estoy echando de menos y no se puede echar algo tanto tiempo de menos cuando se tiene tan al alcance ¿o sí? No escribiréis pero pajas sí que os hacéis ¿o tampoco? Es muy parecido. Cuando se hace uno una paja puede que, en realidad, quisiera follar con alguien como cuando uno escribe puede que quisiera en realidad… follar con alguien. No, iba a decir comunicarse con alguien pero ambos casos contienen la idea de compartir unida a la imposibilidad de hacerlo ¿Tengo yo este obstáculo y esta paradoja que me supone "el otro" más presente que vosotros y por eso necesito escribir con cierta frecuencia?

jueves, 6 de abril de 2006

¿Cómo es que somos tan listos...

... se nos ocurren unos chistes tan graciosos, sabemos tanto y hacemos tan bien las cosas? ¿Dónde están los inútiles o los gilipollas? ¿A nuestro alrededor?

P.D. Pretendía ser sarcástico.

Este mundo engloba la disidencia y la obediencia.

Nuestros papás están contentos de que seamos chicos listos y obedientes. La disidencia es motivo de befa y escarnio, no se combate en términos de igualdad, se devalúa desde el principio. Una buena manera de empezar un combate es hacerlo con ventaja. Se tiende a elegir el bando ganador. Crees que vas a ganar si estás en ventaja porque tienes la fuerza, la verdad o a Dios de tu parte. A menudo se emplean argumentos en tu contra como si no los conocieras o no los entendieras y ya lo has hecho. Posicionarse no es un acto racional aunque se intente explicar racionalmente.

Uno no está de acuerdo en trabajar porque le van a pagar (dinero) por ello. Uno está de acuerdo con la idea de intercambiar dinero por trabajo. Si no lo está, trabajará en desacuerdo y, pese a que le paguen, se sentirá explotado, utilizado o prostituto, cosa que al gerente se la pela porque, en la medida que es un órgano de decisión de la empresa, representa sus intereses y, en una empresa ¿quién coño te quiere? Te puede llegar a presionar hasta que tú mismo hagas daño a personas que sí que lo hacen pero se supone que, si te quieren, te tienen que entender y no debe hacerles daño ¿es eso? ¿Le tienes que explicar a tu hijo que no puedes estar con él aunque lo quieres mucho y él se lo tiene que creer? ¿Y si no tiene fe?

¿Nos importa realmente aquello de lo que hablamos o es que necesitamos hablar de algo? ¿Soy el único al que todo esto le desespera?