miércoles, 28 de marzo de 2007

Es toda una suerte que...

... un miércoles cualquiera (no exactamente cualquiera, es el inmediatamente anterior a Semana Santa) se tope uno a medio día en la cafetería de su Escuela con un par de compañeros que acaban de defender el proyecto de fin de carrera, porque es una excusa de lo más socorrido y socialmente aceptado para atizarse ligeramente a base de birras (lástima de aceptación social de pelotis en la sobremesa).

Voy a aprovechar pues esta entrada para felicitar a mis compañeros Pedro, Alberto y Pablo que ya son ingenieros (qué envidia y qué guay) y van a poder disfrutar a partir de ahora de una vida de trabajo razonablemente penoso y bien remunerado… Algo de reconocimiento ya se llevan; no ha faltado alguna tía dejando caer un poco más de baba de la que acostumbra al lado de ellos. En fin; si es para follar, bien hallada sea.

La lástima es que no esté lo suficientemente borracho para comentarle al colega de turno o incluso al sufrido camarero eso de que “todo es una mierda y es mentira” y que “todo ese éxito y ese reconocimiento es efímero y la gente en seguida se acostumbra a él, lo deja de valorar y, a la que te descuidas, tu novia se la está chupando al segundo mangas sólo un poco más feo y más pobre que tú que se le ponga por medio” y sé de qué hablo porque yo he sido ese mangas más de una vez (y lo que me he alegrado y lo poco que me sonrojo).

Tampoco es para preocuparse demasiado porque igual que se olvida, se recuerda. Se puede no echar en falta mucha pasta durante un par de horas pero ¿durante un par de años? La perdonarás porque no habrá tenido la menor importancia, de hecho, puede que no tengas ni que hacer el esfuerzo porque nunca te llegues a enterar… mucho mejor.

Si, al final, van a llevar razón los que apuestan por la responsabilidad y el trabajo… Ni siquiera yo me puedo tirar la mayor parte del tiempo follando o intentándolo (no tengo infraestructura suficiente) y, entonces ¿qué te queda?... Pues eso.

¿Sabéis qué? Es verdad: el trabajo dignifica. Así que, aprovechad vosotros que podéis; ya me pudro yo por todos. También es justo que alguien elija una vida cortamente intensa y largamente miserable o se suicide… Porque haya alternativas, para que podáis comparar… pero tenéis que saber lo que os estáis perdiendo. Bueno, eso no podéis hacerlo… no podéis. No os voy a pedir que seáis superhéroes, bastará con que os hagáis una idea.

Imaginaos que salís cada vez más, imaginaos que pasáis cada vez más tiempo borrachos y menos sobrios, pensad que cada vez os cuesta menos ser divertidos sin proponéroslo, que cada vez pilláis más, que empezáis a entender de qué va un poco todo esto… a la misma vez que se va haciendo vuestra situación incompatible con cualquier forma conocida medianamente digna de vida y que en vuestra consciencia de ello halláis vuestra Némesis… que empezáis a estar más orgullosos de lo que conseguís con alcohol que sin él porque es más y mejor y, aún así, perfectamente inútil, al parecer.

Me he metido en un jardín muy jodido. Nunca sospeché, de verdad, que tener la clase de éxito que estoy teniendo, que veo que voy a tener, pudiera suponer la clase de obstáculo que es. Y, pese a que me doy perfecta cuenta, no puedo pararlo. Aún peor; quiero llegar más lejos… mucho más lejos. Hasta donde sé que no me quedará ninguna esperanza pero donde sólo un instante antes habré estado más arriba que nunca.

El alcohol y las mujeres, el alcohol y las mujeres, el alcohol y las mujeres… ¡Repetidlo conmigo! No hace falta que lo gritéis, basta con que lo veáis: “El alcohol y las mujeres, el alcohol y las mujeres, el alcohol y las mujeres…” aunque suene a tópico... Mujeres que te miran, que te escuchan, que se ríen, que te besan, que se te abren de piernas, que te piden gimiendo que, por favor, lo hagas… ¿Cómo se puede pensar después en nada más?...

¿Qué?

viernes, 16 de marzo de 2007

Por qué no es inteligente...

... a la hora de criticar una relación sentimental apelar al orgullo (o la falta de éste) de una de las partes antes que a la conveniencia o la idoneidad de la propia relación:

Entiendo por criticar el acto de juzgar fundándose en principios.

Entiendo por principio tanto la base, origen o razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia como la norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta.

Apelar al orgullo antes que a la idoneidad y conveniencia es considerarlo un principio de orden superior de las relaciones sentimentales.

Una relación sentimental es la conexión, correspondencia, trato y/o comunicación sentimental de alguien con otra persona.

Entiendo idóneo como adecuado y apropiado para algo, por tanto, el principio de idoneidad introduce en la relación la idea de fin.

Entiendo conveniencia en su doble acepción de correlación y conformidad entre dos cosas distintas (las partes de la relación en este caso) por un lado y de utilidad y provecho por otro. En este contexto, el principio de conveniencia complementaría al de idoneidad identificando el fin de la relación con alguna forma de utilidad y provecho y añadiendo la condición (imprescindible a mi juicio) de conformidad.

Encuentro tan elementales estos dos principios en una relación sentimental que me he permitido la licencia de referirme a ellos a través del término naturaleza, al aparecer en ella como cuestiones ineludibles.

Prescindamos ahora de ellos, abordemos la conexión, correspondencia, trato o comunicación sentimental entre personas directamente desde la arrogancia, la vanidad y el exceso de estimación mejor o peor disimulada de alguna de las partes y digamos, por ejemplo, que:

“Quien se siente menospreciado por su pareja, sea por que no se le estime, o porque incluso llegue a humillarle, no es feliz con la relación”.

Si humillar es abatir el orgullo y altivez de alguien y quien hace actos de humildad literalmente se humilla. ¿Qué persona orgullosa no corre el riesgo de sentirse frecuentemente menospreciada y aún humillada en una relación sentimental en la que, para más inri y por tratarse de un hecho, al parecer, secundario, no se tiene por qué haber llegado aún a la conformidad ni que tenerse claro por idéntico motivo el fin perseguido?

“El desprecio, o ataque al orgullo, o dignidad, llámalo como quieras, es una PRUEBA muy clara de que no hay amor porque…”.

Pero si digno es aquello correspondiente y proporcionado al mérito y condición de alguien o algo, de sus propias definiciones se deriva que dignidad y orgullo se oponen. Bueno, supongamos que hemos incurrido en un lapsus calami y donde escribimos orgullo quisimos escribir dignidad (que échale huevos). Entiendo, en todo caso, que la dignidad de las partes derivaría de la conveniencia e idoneidad de la relación, no a la inversa. Porque los méritos se hacen en razón a la utilidad y al provecho ¿no?

“... difícilmente puede haber amor, si ni siquiera hay respeto, que es un mínimo”.

Una frase tan bonita como falaz; todos (espero) hemos experimentado, por ejemplo, el amor de nuestros padres a la vez que su falta de respeto (perfectamente justificada en muchas ocasiones). Que exista amor no significa que la relación se establezca en términos de igualdad y la consideración, la deferencia y más aún la veneración y el acatamiento que le hagan a uno, por mucho que lo quieran, se lo tiene que ganar.

Entonces, si la inteligencia es la capacidad de entender o comprender, así como de resolver problemas, de lo expuesto anteriormente cabría deducir que anteponer el orgullo (o incluso la dignidad) a la, permítaseme la licencia, naturaleza de la relación, indica falta de entendimiento o comprensión de aquello en que una relación sentimental se fundamenta, por tanto, de inteligencia. Respecto a la capacidad de resolver problemas sentimentales apelando al orgullo, me remito al lúcido comentario de Mariucci a la entrada anterior.

¿Argumentado?

jueves, 1 de marzo de 2007

A las relaciones sentimentales...

... se les suele exigir que cumplan criterios tanto de racionalidad como de emotividad (lo que encuentro natural). Lo que no encuentro, en cambio, nada inteligente (y se hace mucho) a la hora de criticar alguna, es apelar al orgullo1 (o la falta de éste) de una de las partes antes que a la conveniencia o la idoneidad de la propia relación. ¿Por qué?

1
orgullo.

(Del cat. orgull).

1. m. Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas.