lunes, 17 de abril de 2006

No sé cómo os parecerá de evidente pero, ...

... a mí, me costó asistencia psiquiátrica llegar a la conclusión (yo solo, por cierto) de que la felicidad cuesta trabajo.

Volviendo una vez más a emplear el recurso a la infancia diré que, siendo niño, la felicidad me venía de regalo ¿Exactamente qué precio está obligado un niño a pagar? En mi caso ir al colegio, poco más (única pequeña causa de infelicidad, precisamente). Desconcierta que el transcurso de tantos años apenas haya cambiado la percepción profunda de mi vida académica y desincentiva pensar que seguirá siendo la misma para mi vida profesional.

No son lo mismo ni tienen siquiera por qué parecerse pero albergo todavía (un poco más consciente) la esperanza de identificar obligación y necesidad.

Ahora mismo, escribo porque el cuerpo me lo pide (nadie más), lo que se supone (desde fuera) que debería estar haciendo (y sería una obligación) es estudiar. Conseguir que mi respuesta a la obligación de estudiar fuera ponerme a hacerlo, identificaría obligación (exógena) y necesidad (endógena) pero el hecho me produce cierto rechazo que expreso escribiendo (porque lo necesito) y que desconozco hasta qué punto es debido a una mayor exigencia intelectual de la actividad en sí misma o a la dificultad añadida de vencer una resistencia a realizarla que no experimento al escribir.

Tanto trabajo cuesta identificar necesidad y obligación que se suele asumir como una cuestión de suerte conseguirlo, una feliz coincidencia. No es casual que se califiquen como felices ciertas ideas.

¿Qué hace diferentes nuestras soluciones a la falta de univocidad de que he hablado?

2 comentarios:

Ángel dijo...

... ¿A los qué?

Ángel dijo...

¡Juas juas juas!