viernes, 16 de marzo de 2007

Por qué no es inteligente...

... a la hora de criticar una relación sentimental apelar al orgullo (o la falta de éste) de una de las partes antes que a la conveniencia o la idoneidad de la propia relación:

Entiendo por criticar el acto de juzgar fundándose en principios.

Entiendo por principio tanto la base, origen o razón fundamental sobre la cual se procede discurriendo en cualquier materia como la norma o idea fundamental que rige el pensamiento o la conducta.

Apelar al orgullo antes que a la idoneidad y conveniencia es considerarlo un principio de orden superior de las relaciones sentimentales.

Una relación sentimental es la conexión, correspondencia, trato y/o comunicación sentimental de alguien con otra persona.

Entiendo idóneo como adecuado y apropiado para algo, por tanto, el principio de idoneidad introduce en la relación la idea de fin.

Entiendo conveniencia en su doble acepción de correlación y conformidad entre dos cosas distintas (las partes de la relación en este caso) por un lado y de utilidad y provecho por otro. En este contexto, el principio de conveniencia complementaría al de idoneidad identificando el fin de la relación con alguna forma de utilidad y provecho y añadiendo la condición (imprescindible a mi juicio) de conformidad.

Encuentro tan elementales estos dos principios en una relación sentimental que me he permitido la licencia de referirme a ellos a través del término naturaleza, al aparecer en ella como cuestiones ineludibles.

Prescindamos ahora de ellos, abordemos la conexión, correspondencia, trato o comunicación sentimental entre personas directamente desde la arrogancia, la vanidad y el exceso de estimación mejor o peor disimulada de alguna de las partes y digamos, por ejemplo, que:

“Quien se siente menospreciado por su pareja, sea por que no se le estime, o porque incluso llegue a humillarle, no es feliz con la relación”.

Si humillar es abatir el orgullo y altivez de alguien y quien hace actos de humildad literalmente se humilla. ¿Qué persona orgullosa no corre el riesgo de sentirse frecuentemente menospreciada y aún humillada en una relación sentimental en la que, para más inri y por tratarse de un hecho, al parecer, secundario, no se tiene por qué haber llegado aún a la conformidad ni que tenerse claro por idéntico motivo el fin perseguido?

“El desprecio, o ataque al orgullo, o dignidad, llámalo como quieras, es una PRUEBA muy clara de que no hay amor porque…”.

Pero si digno es aquello correspondiente y proporcionado al mérito y condición de alguien o algo, de sus propias definiciones se deriva que dignidad y orgullo se oponen. Bueno, supongamos que hemos incurrido en un lapsus calami y donde escribimos orgullo quisimos escribir dignidad (que échale huevos). Entiendo, en todo caso, que la dignidad de las partes derivaría de la conveniencia e idoneidad de la relación, no a la inversa. Porque los méritos se hacen en razón a la utilidad y al provecho ¿no?

“... difícilmente puede haber amor, si ni siquiera hay respeto, que es un mínimo”.

Una frase tan bonita como falaz; todos (espero) hemos experimentado, por ejemplo, el amor de nuestros padres a la vez que su falta de respeto (perfectamente justificada en muchas ocasiones). Que exista amor no significa que la relación se establezca en términos de igualdad y la consideración, la deferencia y más aún la veneración y el acatamiento que le hagan a uno, por mucho que lo quieran, se lo tiene que ganar.

Entonces, si la inteligencia es la capacidad de entender o comprender, así como de resolver problemas, de lo expuesto anteriormente cabría deducir que anteponer el orgullo (o incluso la dignidad) a la, permítaseme la licencia, naturaleza de la relación, indica falta de entendimiento o comprensión de aquello en que una relación sentimental se fundamenta, por tanto, de inteligencia. Respecto a la capacidad de resolver problemas sentimentales apelando al orgullo, me remito al lúcido comentario de Mariucci a la entrada anterior.

¿Argumentado?

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