jueves, 15 de junio de 2006

No me inspiran ninguna confianza las tías buenas que siempre se ríen, pero me gusta que lo hagan. Pueden, ellas sí, ser crueles y recordarme lo mal hecho que estoy porque, si lo dicen ellas, es verdad. Pueden elegir y desecharme, pueden, caminando por la calle, pasarme por alto (por bajo), pedir aquello que no tengo sin necesidad de soñar con ello. Ellas no son posibles y yo, por la boca de la madriguera en que no existo, olfateo su indiferencia que es mayor, mucho mayor. Sólo con cierta condescendencia se recuerda que la zoofilia ocurre en esas contadas ocasiones para las que uno puede vivir, si quiere.

Cómo odio a aquéllos a los que se entregan, su puto sometimiento como una burla más. No te lo tomes como algo personal; ni siquiera sé que existes... ¡Qué mono!... ¡Qué rico!... ¡Qué gracioso!... ¡Qué hija de puta!

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